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COLUNAS


Gustavo Wrobel


Doutor em Comunicações e bacharel em Jornalismo. No campo acadêmico, participou como jurado de dissertações e prêmios na área de comunicações, ministrou palestras em universidades e em outras importantes instituições em distintos países da América Latina e é professor de Planejamento das Comunicações no Master de Comunicações da UCES. Também é membro de diversas associações profissionais. 

Trabalhou por 20 anos como diretivo da área de Comunicações de distintas empresas como Motorola e La Serenísima, nove deles como diretor de Comunicações e Relações Públicas para a América Latina. Também foi jornalista por 12 anos e Diretor Executivo de uma ONG. Atualmente dirige sua própria consultora regionais de comunicações: WSC | WROBEL SmartComm e assessora a diversas empresas e associações.


Doctor en Comunicaciones y Licenciado en Periodismo. En el campo académico, ha sido frecuentemente jurado de tesis doctorales y de premios del área de comunicación. Asimismo, dio charlas en las universidades y otras instituciones importantes en diversos países de América Latina, y es profesor de Planificación de las Comunicaciones en el Master de Comunicaciones de la UCES. Adicionalmente, es miembro de diversas asociaciones profesionales. 

Trabajó por veinte años como directivo del área de comunicaciones de distintas empresas como Motorola y La Serenísima, nueve de ellos como director de Comunicaciones y Relaciones Públicas para América Latina. También fue periodista por doce años y Director Ejecutivo de una ONG. En la actualidad dirige su propia consultora regional de comunicaciones: WSC | WROBEL SmartComm y asesora a diversas empresas y asociaciones.


WSC | WROBEL SmartComm
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Comunicaciones y protesta social en el Siglo XXI

              Publicado em 22/08/2013
El comienzo Siglo XXI puede ser recordado por la irrupción de las tecnologías de informática y comunicaciones (internet, redes sociales, smarthphones, tablets, etc.) y sus consecuencias en la sociedad. De hecho, una de las influencias más notables y una evolución inesperada, ya en la segunda década de este siglo, es el nuevo fenómeno las manifestaciones sociales y populares, tan poderosas e impactantes que hasta derriban gobiernos alrededor de todo el mundo. La protesta social, la evolución tecnológica y la inoperancia en la gestión de comunicaciones de gobierno son fenómenos íntimamente relacionados entre sí, y cuya comprensión constituye una obligación para los comunicadores. 
 
La primera protesta social moderna comenzó el 18 de diciembre de 2010 en Túnez, desatando un fenómeno que algunos especialistas denominaron “la primavera árabe”, y que redundó en manifestaciones sociales y caídas de gobiernos en varios países de la región. En 2011 Londres se sorprendió con una serie de protestas en barrios marginales, y que hicieron temer la extensión de los movimientos de protesta a Europa. En América Latina, Venezuela y Argentina han tenido distintos tipos de protesta en tiempos recientes – todas pacíficas, y ninguna de la magnitud de las anteriores-, y Chile enfrentó una muy importante protesta estudiantil que duró meses. Sin embargo, el fenómeno que verdaderamente impactó a América Latina es la protesta social desatada en Brasil en las últimas semanas, cuyas causas, explicaciones y consecuencias intrigan a los especialistas de toda la región, y en particular a los gobiernos. 
 
Los reclamos de las diferentes protestas alrededor del mundo tienen algunos puntos en común y varios diferentes, de acuerdo a la situación económica, social y política de cada país. En los países árabes el reclamo de mayor libertad y participación política se mezclaba con expectativas de mejoras económicas y sociales. En Chile el acceso masivo a los beneficios de la educación fue el mensaje dominante. En Brasil se unen también el reclamo al acceso masivo de los beneficios del progreso – infraestructura, educación, salud -, la disminución de la marginalidad, la inclusión social y el combate a la corrupción. 
 
Gobiernos y políticos en general enfrentan las protestas con una mezcla de temor, sorpresa e incertidumbre. Sin embargo, un factor común en la mayoría de los casos es la incomprensión de la protesta misma y la ineficiencia total en acertar con estrategias para enfrentarla. Mientras que los políticos opositores y muchas veces del propio gobierno suelen subirse al reclamo popular una vez iniciado y hacen suyos las proclamas, en general se enfrenta el conflicto con respuestas más apropiadas al Siglo XX que al XXI. La primera respuesta, generalmente ineficiente, ha sido la represión militar y policial. En la mayoría de los países árabes, paradójicamente, terminó generando enfrentamientos armados que finalmente derribaron a los propios gobiernos. Una segunda respuesta, igualmente estéril, ha sido el intento de controlar los medios de comunicación y las redes sociales, un reflejo manipulador propio de los gobiernos autoritarios del siglo pasado.
 
Llegados a este punto cabe una pregunta: ¿Dónde estuvieron en esos momentos los “expertos” en comunicación? ¿Qué estaban haciendo exactamente los supuestamente especialistas en detectar los mensajes de la población y ofrecer un diálogo convincente? Al respecto sólo se me ocurren tres respuestas posibles: 
 
1. No estuvieron.
2. Estuvieron allí, aunque dominados por un poder político anacrónico y equivocado.
3. Estuvieron, pero fueron totalmente ineficientes en el diagnóstico de la situación y la gestión de herramientas para enfrentar el conflicto. 
 
Como hemos dicho anteriormente en esta columna, una de las innovaciones más disruptivas de comienzos del presente siglo ha sido la aparición virtualmente simultánea de dos fenómenos absolutamente convergentes y que se potencian entre sí: los dispositivos móviles y las redes sociales e internet en general. Los dispositivos móviles llevan la información o la posibilidad de compartir información en tiempo real a cualquier lugar, gracias a su acceso amplio a internet y redes sociales. Estas, a su vez, son la plataforma donde los usuarios comparten historias, información, perspectivas y conversaciones. 
 
En el siglo XIX los gobiernos europeos y de otras regiones construyeron sistemas de poder basados en una pirámide de autoridad descendente, en donde las clases gobernantes establecían las reglas de juego para toda la sociedad. La competencia política y económica de aquellos años, basada en fuertes sentimientos nacionalistas, llevó a que toda la sociedad se alinease al nuevo esquema, desde la educación hasta los incipientes medios de comunicación, desde la estructura militar hasta la organización política.
 
La revolución tecnológica asociada a los medios de comunicación minó esa organización, dando comienzo a un proceso de destrucción de estructuras que ya lleva algunas décadas. En primer lugar, es indudable la influencia que la Radio y otros medios ejercieron en minar la endeble construcción política y social de los países de la esfera soviética, derrumbándose finalmente en la última década del siglo pasado. Paralelamente, tanto la televisión por cable como satelital multiplicaron las opciones de canales para ver, y de este modo acabaron con los monopolios informativos, permitiendo a las audiencias extender sus miradas a otros intereses, desde un noticiero en otro idioma hasta un documental sobre una manada de leones en la sábana africana. Por lo tanto, la audiencia ya no estaba obligada a ver sólo 3 ó 4 canales de televisión, sino que podía acceder a decenas de ellos. Por último, irrumpieron internet y los dispositivos móviles, acabando con los últimos vestigios de dominio informativo y educación formal de acuerdo a los viejos parámetros. 
 
Las protestas modernas se organizan y coordinan por internet, cuya información se transmite a través de los dispositivos móviles incluso durante su propia ejecución. Todas las consignas y los comentarios se comparten abierta y masivamente: hora y lugar de encuentro; los desplazamientos; las consignas políticas; las opiniones y reflexiones. Las nuevas tecnologías permiten que se acceda a la información de forma inmediata, a una velocidad superior a la del control del gobierno. Resumiendo, inmediatez y masividad son dos atributos de las nuevas tecnologías que potencian la protesta social. 
 
En ocasiones anteriores, hemos compartido nuestra visión sobre cómo las nuevas tecnologías afectan a las comunicaciones corporativas. Los gobiernos y sus comunicadores deberían aprender de algunas reglas que también los están impactando:
 
• El control se acabó: Décadas atrás se podía “controlar” unos pocos medios y con ello a la opinión pública. Ahora el control se acabó. En el mejor de los casos, se participa en la discusión pública en su propio terreno, las redes sociales.
 
No hay líderes: Muchos movimientos políticos aprovecharon la inestabilidad generada durante la protesta social para sacar sus réditos. Pero en principio, la mayor parte no tiene líderes, y por lo tanto no alcanza con encarcelar a unos cuantos. El líder es la población misma, de manera anónima y masiva. Brasil es un buen ejemplo de ello.
 
La pirámide se aplastó: La tradicional pirámide informativa, con unos líderes de opinión que influencian a otros, y así sucesivamente, está dejando paso a una red informativa absolutamente amorfa, masiva y anónima. Siempre existen unas figuras más activas que otras, pero sus seguidores ya no se alinean detrás, sino que están en el mismo plano leyendo y comentando las noticias en los sitios sociales.
 
Las redes no adoctrinan: Las redes están para informar y proveer conocimientos, intercambiar opiniones, conversar y opinar. Por lo tanto, de nada sirve intentar controlar, sino que todo pasa por participar.
 
Por lo tanto, es importante aprender cómo los cambios tecnológicos modifican los procesos comunicativos y en consecuencia influyen en la sociedad. Este es un fenómeno sumamente dinámico que promete no detenerse, lo cual obliga a los comunicadores a actualizar su conocimiento a la misma velocidad que la tecnología, que se actualiza a sí misma sin cesar.  

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