El futuro del libro: un debate sin sentido
En este espacio hemos discutido frecuentemente el impacto que las nuevas tecnologías de la información tienen en los medios de comunicación, a partir de el crecimiento de internet, la irrupción de los dispositivos móviles y los nuevos hábitos de consumo de información por parte de los usuarios.
Sin embargo, hay un medio único por sus características e influencia, del que hasta ahora no nos habíamos ocupado: el libro.
El libro tiene una historia verdaderamente excepcional por la influencia que ha ejercido en la historia de la humanidad. Los soportes han ido cambiando a lo largo del tiempo. En su momento fueron rocas, tablillas de arcilla o de madera, y más tarde papiros y pergaminos escritos a mano. El esfuerzo de transmitir la palabra era por completo artesanal. Luego Johannes Gutenberg creó la imprenta y multiplicó la capacidad de difundir ideas, historias y conceptos alrededor del mundo, a través cientos, miles o millones de ejemplares.
Las ideas de la revolución francesa, de Adam Smith, Karl Marx, la Biblia, el Corán y tantos otras nunca habrían tenido semejante impacto sin la posibilidad de su difusión masiva provocada por el libro. Lo mismo podríamos decir de la multiplicación de conocimiento generada por textos profesionales, la explosión de la educación durante los dos últimos siglos, y hasta el placer generado por la lectura de obras literarias.
Y en cada etapa de esta historia de miles de años de duración hubo un factor excluyente e imprescindible para este análisis: la tecnología, que determinó el modo de producción (piedra, arcilla, madera, papiro, pergamino, papel, y ahora al formato digital) y su capacidad de multiplicación (de una unidad a millones).
La tecnología es protagonista ineludible de esta historia, y cada vez que interviene con una idea disruptiva logra generar impactos inimaginables en la historia humana.
En este momento, también estamos viviendo un período histórico y nuevamente disruptivo en la evolución del libro. La aparición de dispositivos móviles, incluyendo los modernos lectores de libros electrónicos, redes inalámbricas y software cada vez más inteligente, está generando una revolución progresiva en el modo en que se leen libros.
Por todos lados se encuentran artículos que analizan si es mejor el libro impreso o digital, o si hay una mayor capacidad de comprensión con algunos de ellos.
También se preguntan si el libro electrónico desplazará totalmente al libro impreso, o si ambos convivirán.
En mi opinión se trata de una discusión estéril. En cada irrupción tecnológica trascendente, la nueva tecnología superó a la anterior y la desplazó hasta su desaparición. ¿Qué sentido podría haber tenido seguir copiando libros a mano en papeles artesanales cuando la imprenta lo hacía masivamente?
Del mismo modo podremos preguntarnos: ¿qué sentido tendría talar árboles y procesarlos para imprimir libros que de un modo infinitamente más rápido y económico pueden llegar a absolutamente todas las personas conectadas a internet?
Podrá haber batallas en el medio durante 10 o 50 años, pero esta disputa ya está ganada por el libro electrónico. Con el tiempo, y a medida que las nuevas generaciones crezcan y tomen control de los medios de producción y consumo, el libro electrónico desplazará por completo al libro impreso.
Los nostálgicos protestarán y lo lamentarán. Dirán que no hay nada como sentir el aroma a papel nuevo, desplazar las páginas con los dedos y escribir notas al margen. Para las nuevas generaciones no habrá lugar para la nostalgia: simplemente adoptarán las nuevas tecnologías de un modo absolutamente natural.
Las editoriales y las grandes cadenas de librerías se opondrán de todos los modos posibles: protestarán, iniciarán acciones legales, intentarán influir a los reguladores. A lo sumo, solo demorarán los cambios, pero no los detendrán. Su modelo de negocios enfrentará la crisis.
Los autores ganarán. Sobre todo los nuevos autores. Siempre existe el riesgo de la piratería y la copia, pero los autores podrán publicar sus obras y acceder a un público de millones de lectores en todo el mundo. Hoy dependen de la voluntad de las editoriales, y la gran mayoría se frustra en el camino.
Los lectores también ganarán: los libros electrónicos son mucho más económicos porque eliminan varias de las etapas intermedias de producción, como la impresión, venta y distribución. Un autor puede editarlos con una editorial o por su cuenta; diseñarlos con un profesional o de manera simple con un procesador; distribuirlos en un blog personal o llegar a millones de personas a través de Amazon; regalarlos o venderlos; y en todas esas decisiones siempre hay opciones interesantes para los lectores.
Sin embargo, hay un tema adicional que esta discusión, tan teñida de intereses o de nostalgia, no ha permitido explorar en su profundidad. Me refiero a las enormes posibilidades creativas que la tecnología podrá ofrecer a quienes se aventuren a editar libros de un modo diferente, aprovechando todas las ventajas del hipertexto.
Consideren lo siguiente: cada día hay dispositivos más inteligentes, software más avanzado y redes de acceso a internet más rápidas y accesibles. ¿Qué significa todo eso? Que los libros del futuro no tendrán por qué seguir el esquema actual, pleno de texto y algunas imágenes.
En su formato digital, el libro podrá ser interactivo; incorporar imágenes, videos y links otros textos; contar con infografías dinámicas, e incluso con sonido. El libro podría ser un documento vivo, que cada uno disfrutaría a su manera. Las posibilidades son inimaginables, y serían acordes al modo que los niños y los jóvenes hoy consumen información: a través de pantallas electrónicas. Sería también un acto creativo en equipo, en donde un autor marcaría las características centrales del libro, pero muchísimos profesionales lo enriquecerían.
Imaginen una historia para niños, con textos intercalados con ilustraciones animadas, videos y sonidos. O un libro profesional donde no solo se explica sino que también se muestra una situación.
Las posibilidades son infinitas e inimaginables al día de hoy. ¿Quién entonces podrá detener el progreso y la modernización del libro y el acto de leer?
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